Debatir

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Por Marco Antonio Baños 

La deliberación entre los actores políticos es una práctica que debe impulsarse en el entorno democrático de nuestro país, debería constituir una rutina arraigada para el intercambio público sobre cualquier asunto relevante que amerite contrastar posturas divergentes respecto a un mismo tema, porque ello permitiría encontrar coincidencias, dejar claras las diferencias y proporcionar información útil para que la ciudadanía tome decisiones e identifique qué argumentos representan su propia visión y cuáles no, con cuáles coincide y con cuáles no.

Es un error asumir que los debates están reservados para los precandidatos y candidatos en la época electoral o únicamente para los días previos a la votación de cargos electivos, aunque tampoco es deseable que sin acuerdo de las partes, sin considerar a todos y a todas o sin condiciones de equidad, cualquiera tenga que sentarse contra su voluntad a contrastar ideas sobre asuntos específicos que alguien más defina.

Episodios de debates entre políticos que no compiten por un mismo cargo o fuera de periodos electorales hay varios, por ejemplo, el encuentro que sostuvieron Andrés Manuel López Obrador y Diego Fernández de Cevallos en marzo del 2000 en el noticiario que Joaquín López Dóriga conducía por la mañana en Televisa. Fernández de Cevallos había dicho algo que no le pareció preciso a López Obrador y pidió entrar al aire, acordaron volver y debatir, y así ocurrió al día siguiente.

Hoy los debates tienen mayor tensión cuando involucran a candidatos o aspirantes presidenciales. En lo que respecta a la equidad que se debe procurar, el INE ha retomado los criterios de la Suprema Corte para delimitar en un reglamento general para comicios federales y locales, que cuando hay contiendas cualquiera puede organizar debates, sin cargas burocráticas o inhibitorias y siempre y cuando considere a todas las candidaturas registradas en la invitación, no cobre por el tiempo (si se difunde en radio y televisión) y sus formatos, libres, observen un trato igualitario.

Los encuentros cara a cara entre candidatos presidenciales han tenido una evolución considerable en México, aunque llegamos tarde, si consideramos que en Estados Unidos el primer debate presidencial en televisión fue en 1960 y en nuestro país fue hasta 1994, cuando se concretó un primer ejercicio de contraste directo en el marco de una elección presidencial, organizado por la autoridad electoral con la colaboración de la industria de la Radio y la Televisión para su difusión masiva.

En el 2000, mientras no había acuerdo entre las candidaturas en cuanto a la fecha para realizar el debate, la televisión mexicana detonó un ejercicio remoto que incluía la imagen en vivo de Vicente Fox, Cuauhtémoc Cárdenas y Francisco Labastida, quienes aunque no abordaban los asuntos a profundidad, sí interactuaron al aire sin restricciones.

Independiente de los dos debates que finalmente pudieron concretarse después, con reglas y logísticas acordadas por todos los partidos y organización a cargo del entonces IFE, los tres principales candidatos del 2000 discutieron donde consideraron oportuno hacerlo. Lo hicieron en vivo, por ejemplo, en casa del ingeniero Cárdenas, cuando él pedía que fuera un viernes el debate formal y esa idea la acompañaba Labastida, pero Fox se negaba diciendo que el debate debía ser “hoy, hoy, hoy” (eso se convirtió en lema de campaña).

Es un hecho que todos los partidos, cuando han perfilado candidaturas que buscan consolidar respaldo y simpatía de la población, muestran resistencia a debatir dependiendo del tema, quién convoca y con qué reglas, o sencillamente su apoyo a debatir depende de si van arriba o abajo en encuestas. El que va arriba pide menos debates y quien está abajo pide más, por cálculos, en ocasiones, de asesores que recomiendan no exponerse o desgastarse en cualquier momento con episodios que puedan lastimar su imagen y generarles disminución en lugar de un aumento en ánimo de la población.

Lo cierto es que apoyar la cultura del debate cara a cara no está, o no debería estar, asociada a cálculos de marketing o a coyunturas electorales particulares, sino a un diseño de largo alcance que abra las vías para que se concreten este tipo de espacios de manera permanente y sobre asuntos diversos, porque eso beneficia a la población, a partir de información que no se limita a mensajes diseñados para spots cortos, con guiones que se colocan por separado y sin posibilidad de discutir frente a frente las diferencias entre posturas políticas.

Se trata de que los debates se motiven más que las estrategias de consultores de imagen por cálculos de los propios actores políticos respecto a no perder o ganar simpatía, en la convicción de que contrastar posturas e ideas de los asuntos que a todos nos conciernen sea regla y no excepción supeditada a encuestas o a restricciones exageradas, para que por más encontradas que sean las visiones, su deliberación sea clara y eso beneficie a toda la ciudadanía y abone a procesar diferencias por medios democráticos.

vía El Economista

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