Meditando sobre redes sociales

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José F. Otero

Las redes sociales han transformado totalmente la vida de los usuarios de Internet en menos de una década. Hace apenas 10 años estábamos en un mundo donde muchas de las más importantes redes sociales de la actualidad no existían o se encontraban en sus primeros años de existencia. Era un mundo donde las conexiones de alta velocidad a Internet eran escasas y el principal servicio de un celular era la telefonía de voz.

Desde entonces la evolución ha sido asombrosa, se puede decir que hay redes sociales para casi todo tipo de gustos. Existen aquellas más generales donde guardamos ese catálogo de contactos a los que llamamos amigos, las que son para amantes a la lectura, las que nos permiten colecciones e intercambiar imágenes, las que ayudan a las personas a buscar parejas y hasta las que los ayudan a ser infieles.

Lo que poco se habla en el mundo de las tecnologías de información y comunicaciones (TIC) es sobre como con el paso de los años observamos muchas de las transformaciones que con el paso de los años notamos en el mundo de la infraestructura y servicios de telecomunicaciones.

Al igual que en este segmento, las redes sociales llevan varios años atravesando un periodo de consolidación donde cada vez son menos los jugadores. La diferencia es que mientras en el mundo de los cables, torres y antenas la unión de dos redes tenía un visible impacto tangible, este detalle no se observa en el universo digital donde la consolidación en ocasiones ocurre de forma silenciosa sin necesariamente rebautizar las operaciones.

La importancia de esta situación no debe subestimarse, pues poco a poco vamos abandonando el mundo donde el tema principal era la cobertura y acceso a la conectividad (tal vez nos falten unas cuantas décadas para superar esta fase completamente) para adentrarnos en la era donde el valor principal está en esos paquetes de datos que se convierten en texto, imágenes y audio al ser traducidos por el receptor de preferencia del consumidor.

Paulatinamente los contenidos ofrecidos cada vez son más globales y controlados por menos empresas. Las ramificaciones de esta realidad son tan diversas que no se puede determinar con exactitud qué nivel de monitoreo y control ejercen sobre lo que comparten los usuarios de sus servicios de redes sociales. Pues es precisamente por medio de los derechos de control sobre estos contenidos que estas empresas le cobran a cada usuario de sus aplicaciones por su uso.

Cada palabra que escribimos, cada foto que subimos y cada audio que transmitimos por medio de redes sociales es un legado que dejamos para aquellos que en un futuro estén tan aburridos con su vida que se interesen en la nuestra. O para las autoridades que por alguna u otra razón deciden que somos sospechosos de algún crimen o de poseer —en gobiernos autocráticos— una perspectiva poco agradable para el gobernante de turno.

Lo interesante del crecimiento de estas redes de contenido es observar cómo en algunos mercados continúan defendiendo su derecho a acceder a la infraestructura de los operadores locales sin que esto conlleve un cargo adicional, mientras en otros mercados para asegurar un gran nivel de calidad para su tráfico se encuentran desplegando su propia infraestructura. Tampoco pasa desapercibido el hecho de que muchísimos de los prestadores de servicio tradicionales están intentando —con mucha dificultad en muchos casos— el mundo de los contenidos.

Lo interesante es que el mundo de los contenidos del futuro no será simplemente el de las redes sociales. La gran realidad conectada que promete el Internet de las Cosas forzará un cambio de paradigma: básicamente cómo integrar contenidos a todos los nuevos aparatos conectados.

* Jose F. Otero es director de 5G Americas para América Latina. Esta columna es a título personal.

vía El Economista

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