Por Eduardo Ruiz Vega
Las expresiones “cortar el cable” o los “corta cables” (cable cutters, en inglés), buscan describir de forma sencilla un fenómeno complejo e impensable, tan sólo hace algunos años que se está presentando cada vez, con mayor frecuencia en el mercado de consumo de contenidos audiovisuales de ciertos países avanzados esta situación, señaladamente en los Estados Unidos de América. Se refiere, lisa y llanamente, al abandono de muchos suscriptores de sus servicios de televisión de paga, lo que no implica el cese en sus actividades de consumo de contenidos audiovisuales.
El modelo estadounidense de producción y distribución de contenidos se ha distinguido, por décadas, cualitativa y cuantitativamente, de los modelos adoptados por países europeos, latinoamericanos e inclusive del modelo canadiense. Las razones son diversas.
Cuantitativamente podemos afirmar, sin temor a equivocarnos, que no existe un país que produzca ni cercanamente la cantidad de contenidos que, en sus diversas modalidades, son vistos por la audiencia del vecino país del norte. Ya sea por lo que se refiere a eventos en vivo, como los noticieros locales y nacionales, programas de opinión o los miles de eventos deportivos que todos los años inundan las pantallas de su población, o bien, los contenidos grabados, encabezados por la filmografía de Hollywood, las series grabadas tan populares hoy en día o, inclusive, los documentales sobre los más diversos tópicos de interés, quienes consumimos estos productos cotidianamente sabemos que el origen de los mismos es mayoritariamente estadounidense.
Cualitativamente, además, la organización de la industria de contenidos en aquel país ha encontrado, desde siempre, fuentes alternativas en las redes encargadas de su distribución. Las grandes “cadenas” de televisión abierta, como NBC, ABC, CBS y posteriormente FOX, paradójicamente son conglomerados industriales “sin antenas”, toda vez que en su mayoría esta infraestructura pertenece y es operada por terceros empresarios (concesionarios) que eligen afiliarse a alguna de ellas. Este modelo claramente difiere del mexicano, en donde las televisoras “nacionales”, públicas y privadas, producen muchos de los contenidos que posteriormente son transmitidos a través de sus propias redes de radiodifusión. También, se distingue del modelo europeo, caracterizado, además de la fórmula producción/transmisión en un mismo ente, por la preeminencia de operadores estatales fuertes como la BBC británica o la Televisión Española, por mencionar dos ejemplos. El operador público estadounidense, PBS, si bien opera en forma similar a sus pares europeos, carece del nivel de audiencia que éstos han logrado captar y mantener.
La televisión abierta, gratuita e inalámbrica (over the air) en los Estados Unidos, hace décadas se ha complementado con una penetración casi universal de la industria de la televisión de paga. Alámbrica en su inicio y posteriormente inalámbrica en modalidades terrestre y satelital, el modelo estadounidense conjuga múltiples opciones para ver y escuchar contenidos adicionales a los radiodifundidos, con un menú de opciones que puede llegar a ser por su extensión, desde hace años, abrumador para la audiencia, ya que a partir de la digitalización de estas redes, la oferta de canales lineales pasó de contarse por decenas a centenas.
Con el florecimiento de la denominada red de redes o Internet, las opciones y modalidades aumentaron, por difícil que parezca, de manera exponencial, tanto en forma como en fondo. Este fenómeno está causando revuelo en la organización tradicional de los medios y canales de distribución de dicho mercado, situación que se abordará en la siguiente entrega de esta colaboración.
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via Razón