José F. Otero*
El desarrollo de las telecomunicaciones en las zonas de menor densidad poblacional, de topografía irregular y de hogares de bajo poder adquisitivo depende en gran medida de la expansión de cobertura de las redes inalámbricas. Es por esta razón que uno de los temas de política pública de mayor discusión en los distintos mercados de América Latina es el establecimiento de medidas que impulsen el crecimiento de estos servicios ya sea flexibilizando las reglas para el despliegue de infraestructura o por medio de la entrega de espectro radioeléctrico a entidades comprometidas a su rápida explotación comercial.
Por lo tanto, cada vez que se escuchan voces hablando de la importancia de acelerar la llegada de servicios LTE o la necesidad de allanar el camino para 5G, siempre parece haber una omisión: el rol de la fibra óptica. Contrario a las creencias de algunos, en la gran mayoría de los casos la parte inalámbrica de un operador móvil se limita a la interfaz aérea, el tramo de la conexión que va desde la antena hasta el dispositivo inalámbrico.
El resto de la red se mantiene conectada por infraestructura cableada (cobre, fibra óptica, etcétera) que sirve como puente que habilita el intercambio de tráfico entre la antena y la red dorsal nacional. En términos de la industria a este enlace se le conoce como backhaul, por su denominación en inglés.
La evolución de las tecnologías inalámbricas que ha transformado el comportamiento comunicacional del usuario a estar centrado en servicios de voz a uno de interacción constante con un mundo audiovisual de constantes alertas y notificaciones, desde el punto técnico, ha tenido entre sus consecuencias: el incremento en las cantidades de datos generados, las expectativas de su rápido transporte y la necesidad de una latencia menor para mejor experiencia en el uso de aplicaciones interactivas.
Parte del problema se puede solventar con la adquisición de mayor cantidad de espectro radioeléctrico por parte de los prestadores de servicios establecidos y de aquellos interesados en entrar en el mercado. Pero también es cierto que sólo con entregar mayor cantidad de espectro radioeléctrico la situación no queda resuelta. Las redes avanzadas de banda ancha inalámbrica necesitan contar con una conexión de backhaul lo suficientemente robusta para poder operar sin problemas.
Pensamos en una conexión wifi donde el módem que se utiliza en la casa es un poco viejo y sólo tiene capacidad de entregar hasta 20 Mbps de velocidad. Un día el operador lanza una oferta y en lugar de estar recibiendo 4 Mbps de velocidad el nuevo servicio es de 50 Mbps. Sin embargo, como el módem wifi sólo puede entregar 20, ésta será la velocidad máxima que se experimentará en el hogar hasta que se cambie el módem por uno que sí pueda soportar los 50 Mbps. En otras palabras, cuando se desea mejorar el servicio contratado hay que asegurarse de que todos los componentes del ecosistema trabajan a la perfección con el nuevo entorno y remplazar aquellos que no cumplan con este requisito.
Si regresamos al mundo de las conexiones inalámbricas de banda ancha, la fibra óptica es un componente necesario para que las velocidades prometidas por HSPA+ y LTE sean realidad. Esto presupone un problema importante en zonas no urbanas que pueden no contar con acceso a fibra óptica por alguna de las siguientes tres razones: no hay fibra óptica desplegada en esa localidad, la que pasa por los municipios no conecta a ningún nodo local o simplemente se encuentra apagada.
Bajo este contexto, sin un fuerte impulso al despliegue de fibra óptica los grandes proyectos que buscan la integración de las tecnologías de información y comunicaciones (TIC) en las distintas facetas de la economía son sólo una colección de buenos deseos.
*/ Jose F. Otero es director de 5G Americas para América Latina.
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vía El Economista