LA RADIO CUMPLE 100 AÑOS: DE LA ÉPOCA DE ORO A UN PRESENTE QUE EXIGE REINVENTARSE

Cámara Nacional de la Industria de Radio y Televisión Trend

Desde el 27 de agosto de 1920, cuando se hizo la primera transmisión, fue invencible. Luego sufrió el embate de la TV, su muerte se pronosticó varias veces y hoy puede recuperar oyentes renovando sus contenidos y utilizando los nuevos recursos digitales

La radio ha sembrado emociones en la vida de los oyentes.

Y en muchos casos, una canción o una voz se vinculan a algún episodio personalísimo de la propia biografía: un examen en la Facultad, el nacimiento de un hijo, el aroma de la cocina en la casa de la infancia.

Sin dudas, los abuelos de los lectores de Infobae escuchaban radio. Y tienen recuerdos imborrables: Tarzán, Los Pérez García, Fioravanti, La revista dislocada o los domingos de Jabón Federal.

Por eso, por un lado este Centenario de la Radio invita a recorrer un dulce anecdotario que -aunque sea incomprensible para los nietos- despertará la emoción de los adultos y de los mayores.

Podemos probar ahora mismo, con palabras, frases o estribillos que son como un santo y seña.

“Evidentemeeeeente…”, aquel adverbio que estiraba la “e” en la voz del notable comentarista Enzo Ardigó. O el latiguillo “otro clavó la sintonía…” que el genial Hugo Guerrero Martineithz repetía en las tardes de “El show del minuto”. ¿Y las canciones características de apertura de los programas? Juan Carlos Mareco cantaba: “Muy buenas buenas, queridos amigos, para que pasen un rato mejor, ¡aquí está Pinocho con un jubiloso, latir de alegrías en su corazón!”

En este repaso es imposible omitir la voz de Carlos Alberto Taquini presentando “el boletín sintético de Radio El Mundo…” O a Alfredo Aróstegui, el relator olímpico, que decía “la pisa, la para, la contiene…”

Era aquella radio de los años 50 y los 60, la época en la que solía haber un aparato ubicado en la sala de la caa, en torno del cual e ubicaba la familia en semicírculo.

Hasta que llegó la gran revolución: el transistor. Y con él, las radios portátiles -la Spica, la Hitachi- que permitieron la independencia para sintonizar lo que cada uno quería.

En esos años, además, apareció la televisión y muchos creyeron que la radio iba a desaparecer.

Era el tiempo en el que los padres de estos mismos lectores fueron oyentes de Badía, Lalo Mir, Betty Elizalde o Víctor Hugo Morales.

Es así que “Flecha Juventud”, “Aquí Radio Bangkok”, “Las siete lunas” y el “ta ta ta tááá” permanecen como recuerdos invictos en su memoria.

Pero los jóvenes de hoy, que tienen entre 18 y 35 años, ¿escuchan radio? ¿Tienen aprecio por un medio del que desconocen su historia, su recorrido y sus grandes personajes?

Por eso, este Centenario de la Radio no sólo provoca la grata evocación de voces y programas que hicieron historia.

También requiere que los profesionales de la radio reflexionemos sobre el riesgo de que cada vez nos escuchen menos oyentes.

Esta afirmación puede parecer excesiva. En todo caso, es algo más que la reflexión personal de este cronista.

Un gran profesional de la radio española, Gorka Zumeta, acaba de escribir en su blog de comunicación y radio:

-La radio se ha quedado antigua. A los antiguos nos sigue gustando. Pero a los nativos digitales les suena antigua. Aunque no todos los problemas son tecnológicos… Llevamos dándole vueltas a los mismos argumentos y batallas de audiencias décadas y décadas… Y la radio sigue siendo incapaz de atraer nuevos oyentes, solo de robárselos unas a otras. Y ahora la crisis económica azota otra vez al sector. Veremos si es capaz de seguir sosteniéndose con su tradicional “mala salud de hierro”. Pero no aprendemos.

Mi amigo Gorka habla específicamente de la radio de España, aunque su descripción puede aplicarse a nuestra realidad:

-La radio conserva indemnes sus cualidades, pero necesita ganarse oyentes para apoyarse en ellos y reeditar un medio fuerte y sólido, creíble, y de permanente referencia, sobre todo ante catástrofes, como se ha vuelto a poner de manifiesto en esta pandemia. Pero para eso, la radio debe prestar atención a todas las generaciones, con independencia de que estén o no incluidas en las mediciones de audiencia.

El cambio generacional ha afectado siempre a los medios y los ha obligado a una actualización permanente. Diseño de la portada, nueva tipografía, diferente tamaño de las fotos e infografías son algunos aspectos que marcan la evolución de los diarios en el último medio siglo.

Pero en el caso de la radio, la cuestión no se circunscribe estrictamente a los aspectos formales.

En mi modesta opinión, a través de la perspectiva que me ofrecen casi sesenta años en la profesión,la radio sufre una grave crisis de contenidos.

Y eso no sólo impide que incorpore oyentes jóvenes, sino que también puede ahuyentar a los de mayor edad.

La radio siempre ha sido el teatro de la mente.Por eso cautivó a millones personas, en todas partes y en todos los tiempos.

Una fantástica diversidad de estímulos permitió que fuésemos protagonistas de situaciones asombrosas, cantando con una gran orquesta, haciendo un gol en el Maracaná, cruzando un desierto, acertando la respuesta en un concurso o acariciando a una morocha de voz susurrante.

Eso ya fue.

Hoy la radio parece tener un único tema, un asunto exclusivo: la política.

Pero no la política como el arte supremo de dirimir ideas en procura del bien común, sino una sucesión de dimes y diretes, que a veces parece tener intencionalidad partidista.

Al margen de algunos loables intentos, en la programación de la gran mayoría de las radios no hay ficción dramática, ni comedias, ni concursos, ni atracciones, ni entretenimientos, ni documentales.

Y mucho menos, música. Faltan programas con un sumario musical que responda a un criterio de producción.

La evidencia de esto es la ocasional frase “y ahora vamos a una pausa musical”, que desnuda la desconexión entre los elementos que salen al aire.

Bajo el rubro de actualidad periodística, el medio se ha convertido en un espacio exclusivamente dedicado a lo que en los diarios era la sección “política”.

Prácticamente todas las radios, con muy honrosas excepciones, durante las 24 horas, se dedican a un monocorde bláblá, sin que haya espacio siquiera para un modesto separador, una cortina musical o una ráfaga musical.

La radio es un arte y un oficio. Se estudia, se ensaya y se practica.

Y su materia prima es el tiempo, el aquí y ahora teatral que coincide con momento compartido entre la emisión y el oyente.

Esa tensión intransferible no está visible en la radio de estos días, en la que casi no hay historias vivas. Abundan, en cambio, comentaristas que repiten los dichos de los mismos personajes de siempre, integrantes de un tácito elenco estable, con nombres y apellidos famosos.

El oyente suele estar ausente.

Por eso corremos el riesgo de que se vaya.

Al mismo tiempo, la saludable democratización que permitió la aparición de muchísimas radios ha quedado parcialmente invalidada porque esas entusiastas nuevas señales muchas veces han caído en la misma tendencia. La consecuencia es que personas con escasa pericia se transforman en conductores de radio. Un querido colega, muy irónico, suele decir “no pueden conducir ni un ascensor y conducen un programa de radio”.

Dicho sea de paso, conducir un programa de radio requiere la idoneidad necesaria para administrar la secuencia de los diferentes elementos que componen un programa. La fuerza de la apertura, el desarrollo, la tanda, la música, el móvil, la sorpresa, la pausa, arriba, abajo, el remate. Es un arte, si ustedes me permiten la presunción.

Infortunadamente, el florecimiento de señales que iban a equilibrar el presunto afán mercantilista de las grandes cadenas, no cumplió con esos ideales. Y se impuso un modelo en el que esas nuevas radios alquilaron los espacios indiscriminadamente. Por eso hoy es frecuente que una eventual propuesta de trabajo esté acompañada de una frase letal:

-¿Tienes pauta?

La llamada pauta es una parte del presupuesto publicitario del que disponen los gobiernos nacionales, provinciales y municipales. O las ONGs, los sindicatos, los candidatos, las empresas de servicios o las corporaciones.

Hubo una época diferente, en la que la publicidad aparecía en las tandas y era la consecuencia del contenido artístico. Si el programa era atractivo, tenía más oyentes. Y si tenía más oyentes, el equipo de venta de la radio conseguía más avisadores. En muchos casos había clientes directos, porque los vendedores de la radio iban al encuentro de las empresas.

Ese vendedor hoy es una rareza, lo mismo que los programas que pueden interesar temáticamente a algún avisador.

Como les digo, esto no empezó ahora.

Hace algunos años, la inolvidable Betty Elizalde decía:

–No hay coherencia en la programación. Yo siempre digo que la radio es como la puta de los medios, porque toda la disponibilidad económica publicitaria va a la TV, a los medios gráficos y el restito a la radio. De este modo las radios quedaron en manos de quien tiene dinero. Es el único trabajo donde hay que pagar. La radio programa hasta el mediodía, y en algunas emisoras de primera línea contratan gente. En las otras te dicen: “Yo pongo la radio, el estudio, y usted siéntese frente al micrófono con su idea, su producción y pague los teléfonos. De la publicidad que usted consiga el 50 por ciento es mío”. Y la publicidad se consigue por contactos, no importa que vos seas Gardel y tengas una gran trayectoria: contacto mata currículum.

Los chicos de la década del 50 tenían una cita de honor en Radio Splendid, a las seis menos cuarto de la tarde. Era la hora en la que, de regreso de la escuela, se escuchaba el programa auspiciado por Toddy, en el que Tarzán, Tarzanito, Juana, el capitán Darnot, el profesor Philander, el indio Kali y el elefante Tantor nos traían las aventuras de la selva a casa.

Y también estaban las peripecias de Sandokán, y las proezas de Poncho Negro.

Aquellos chicos, hoy veteranos, seguramente podrán cantar de memoria esa ingenua canción que dice “Yo soy Tatín, muy chiquitín, muy regalón… Les diré lo que hago yo… Cuento cuentitos, canto cantitos, todos chiquitos, todos bonitos del corazón y siempre muy contento estoy…” con la que el actor chileno Tato Ciifuentes se presentaba a la noche por Radio Belgrano junto a Carlos Ginés y luego en Radio El Mundo con Antonio Carrizo.

“¡Pero en esta época los chicos miran a Peppa!…” me estará diciendo alguien. Es cierto, como también es cierto que las radios no ofrecen ninguna franja de su programación para los niños.

Una vez más recurro a Gorka Zumeta, el español formado en Cadena Ser y hoy consultor de toda la industria:

-La radio infantil, que tantos oyentes forjó otrora, desapareció en los 80, cuando la información lo invadió todo.

Por lo visto, no nos sucede solamente a nosotros.

¿Y adónde ha ido a parar la enorme variedad de programas que tenía la radio antes de la invasión de la información política?

A los podcasts, que son el refugio de todos aquellos que arman segmentos de radio con contenidos de los asuntos más diveros.

Y Zumeta lo dice con rigor y con humor:

-La radio es sin duda una constructora de recuerdos. El podcast, en cambio, es un transmisor de sensaciones. Como la radio no espabile, le comerá la tostada y la convertirá en un medio irrelevante. No desaparecerá. Pero poco importará.

La expresión “Comer la tostada” significa “reemplazar, ocupar su lugar, ganarle terreno”, pero sin duda es mucho más divertida. En cualquier caso, el crecimiento del fenómeno podcast en todo el mundo está a la vista y aquí mismo, enInfobae, distinguidos colegas producen sus podcasts desde hace meses.

Si esto sigue así, ante la cantidad de información política que sufre la radio, el podcast le come la tostada.

¿Y qué haría hoy Susini?

Me refiero a Enrique Telémaco Susini, que a los 29 años y junto a César Guerrico, Luis Romero Carranza y Miguel Mujica realizó la primera transmisión de radio el 27 de agosto de 1920.

Susini fue notable en todo, tuvo una vida asombrosa,

Había terminado la escuela primaria a los 10 años. La secundaria, a los 14. Se recibió de médico a los 23. Fue otorrinolaringólogo. Se especializó en vacunas en el Instituto Pasteur de París. Obtuvo el título de profesor de canto y violín en Viena. Creó la Escuela de Danzas del Teatro Colón. Fundó la empresa cinematográfica Lumiton en 1931. En Venecia, en 1938, obtuvo el primer premio internacional para el cine argentino. Dirigió la primera transmisión de TV en el país en 1951. Escenificó y dirigió 60 obras de teatro. Fue director del Primer Festival de Cine en Mar del Plata en 1948. Se dedicó a la explotación minera. Inventó las pantallas gigantes de la Fiesta de la Vendimia en 1957. Puso en marcha la telefónica Telpin en Pinamar.

Si hoy viviese y tuviese que programar aquella primera transmisión, no se pondría a comentar la interna del gobierno o la interna de la oposición. Tampoco sentaría a una mesa a Guerrico, Romero Carranza y a Mujica para hablar a los gritos y superponerse unos a otros discutiendo sobre la deuda.

¡Haría lo que hizo entonces,transmitiría “Parsifal” en vivo!

Pero eso sí, agregaría algunos recursos que hoy le ofrece nuestra actividad.

Pondría una webcam en la sala del Coliseo. Saldría en broadcasting y en streaming simultáneamente. Usaría su canal de YouTube. Pondría cronistas en la puerta del teatro con una consola Rodecaster. Recibiría videomensajes de los oyentes en WhatsApp. Colgaría la transmisión en Facebook y en Instagram Live. Sacaría al aire al tataranieto de Richard Wagner desde Alemania. Sortearía entre los oyentes los DVD grabados durante la función. Y por supuesto, mediría la concurrencia y mantendría contacto posterior con la audiencia, convencido de la importancia de mantener viva la relación con el público.

Con todo derecho alguien podrá decir que ya no sería radio, tal como la conocimos. Propongo que evitemos el conflicto semántico. Tampoco el cine de hoy, con imágenes a color en 3D y sonido envolvente es igual a las películas mudas en blanco y negro, pero lo seguimos llamando cine.¿Comunica, llega al corazón del oyente? Entonces, es radio.

Amo a la radio.

Es un sentimiento que se renueva todos los días, gracias al afecto de miles de oyentes en todo el mundo. Y que se pone a prueba permanentemente, obligándome a probar y arriesgar para seguir sorprendiendo al público.

No me gusta la radio rutinaria, aburrida, en la que todo se repite.

Y no creo que la radio deba marcar posiciones ideológicas ni bajar líneas. Cuando nosotros decimos “la temperatura en Buenos Aires es de 18 grados” lo hacemos para todos los oyentes, no para los de una vereda o de la otra de la salvaje división política que nos lastima.

La radio es para todos.

Ha prosperado la autorreferencia de considerarnos a los conductores de radio como “formadores de opinión”. Perdonen, pero yo no formo la opinión de nadie, el público no me precisa a mí para elaborar un criterio o tener un pensamiento. Me parece que esa es una presunción totalitaria en sí misma. ¡Muchas veces es al revés, la opinión de los oyentes va modificando la mía!

La radio tiene la fantástica tarea de acompañar. Como me dijo el maestro Antonio Carrizo: “nunca olvides que muchas veces la radio es el primer y acaso único escalón de ilustración que tienen millones de personas”. Mi radio, la radio que yo siento, debe comprender, en la doble acepción de entender y de abarcar.

La transmisión de ayer fue distinta de la de hoy y ésta será diferente a la de mañana. Cada día es un tesoro distinto, una aventura, una promesa. Y en vez del comentarista que me explica el agujero del mate, prefiero la sorpresa de una historia inesperada.

Sigo creyendo que la radio -junto con el ferrocarril- ha sido el gran factor de integración de la Argentina. En su momento Radio Belgrano, Radio El Mundo y Radio Splendid superaron las grandes distancias territoriales y contribuyeron a nuestra cohesión cultural. Lo mismo que hicieron en cada rincón del país las LU, las LT, las LV y las LW, identificaciones de las emisoras regionales. Esa convicción que hoy sostienen en Cadena 3 dos maestros, los colegas Mario Pereyra y Rony Vargas. Del mismo modo que Fernando Bravo en Radio Continental y Héctor Larrea en Radio Nacional siguen componiendo programas de autor, con todos los recursos del arte radiofónico.

Si la radio quiere honrar a los pioneros y festejar este Centenario, tendrá que volver a conquistar oyentes.

Para eso, deberá incorporar todos los avances que hoy nos brinda la tecnología.

Pero sobre todo, tendrá que sacarse de encima a los pregoneros de la política. Y confiar en los artistas, que tenemos corazón de radio.

Ahora, durante todo el mes de agosto, cuando las evocaciones mencionen a Niní Marshall, Los Pérez García, el Fontana Show y Modart en la noche, a nadie le interesará descubrir qué militancia política tenían.

Eran programas de radio, con toda la magia de este medio impar.

Por eso han quedado en esta maravillosa historia que cumple 100 años y que -Dios mediante- seguirá más viva que nunca.

Vía: CIRT

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